El hombre que eligió ser dios (y el pueblo que eligió creer en él)

Hace doce años que Ezequiel Ataucusi Gamonal, el peruano que aseguraba ser el Mesías, dejó de existir. Hoy, sus seguidores siguen convencidos de que él ha resucitado. No en cuerpo, pero sí en espíritu.

Por Renato Espinoza Subiria

I

Cara ancha, nariz larga, pelo rizado y barba corta. Así fue el rostro de Jesucristo, según una investigación hecha por el experto forense Richard Neave en el año 2001 para la BBC de Londres. Rasgos que coinciden con los del norafricano promedio y, mestizajes de por medio, también concuerdan con los del peruano. Tal vez Neave no fue muy suspicaz o tal vez ya habría leído suficiente sobre misticismo, tomando en cuenta lo que pasó con Koresh, el líder de los Davidianos Adventistas del Séptimo Día. Lo cierto es que 46 años antes, en Picuy, Tarma, provincia de Junín, en el Perú, un campesino llamado Ezequiel —cara ancha, nariz larga, pelo rizado y barba corta—, con tan solo quinto año de primaria, proclamaba haber recibido una revelación. Alzaba su cuaderno en manos. Ahí, con letra apresurada y aplastada, estaban escritos los nuevos diez mandamientos de Dios: la ley real.

Dijo que el Espíritu Santo se había encarnado en él, que venía a salvar el mundo y que el Perú era un país privilegiado.

Miles le creyeron.

II

En un microbús de la ruta EO-09, viaja la hermana Margarita, embutida en uno de los asientos de la última fila como si fuese una sardina. El polvo de los arenales se filtra y adentro: el chasquido de las monedas y el cuchicheo. La robusta panza de un pasajero que viaja de pie en el pasadizo, asiéndose a duras penas del roído pasamano, obliga a Margarita a sacar la mitad de la cabeza por la ventana. El sol le cae oblicuamente en el rostro. Un velo azul profundo le cubre toda la cabellera. Lleva una túnica verde encendida, unas sandalias de cuero, una bolsa multicolor enorme hecha en fibra, un cono de helado de vainilla y una servilleta arrugada en la mano derecha con la que, de cuando en cuando, se quita los restos de crema que se le van quedando en los labios. Tiene 65 años, 26 de ellos ya en la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal, cuatro hijos —tres de ellos casados—, poco más de un metro cincuenta, una casita modesta en Buenos Aires de Villa, en Chorrillos, y una vocecita que ni chilla ni ronca y qué responde sosegadamente:

—A Jehová, tu Dios, temerás, a él le servirás, a él te allegarás, y por su nombre jurarás. La justicia, la justicia seguirás, porque vivas y heredes la tierra que Jehová, tu Dios, te da. Santos seréis, porque santo soy yo, Jehová, vuestro Dios. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, de todo corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas. Este es el primero y el más grande mandamiento.

Después, volteará el rostro, perderá la mirada por la ventana e intentará recobrar el sueño. Hoy es viernes, día de culto, y aún falta mucho para llegar a ese lugar.

Para llegar a ese lugar hay que viajar poco más de una hora, hasta el kilometro veintidós de la carretera a Huarochirí, en la periferia de Lima. Cruzar quebradas con casas improvisadas al pie de los cerros, residencias que aparentan una temporalidad falsa y que llevan pintada una estrella roja o azul en la fachada. Seguir la autopista ladeada por peñascos, y dejar atrás terrenos delineados con cal que, suspicazmente, se alquilan, según letrero clavado en tierra. Hay que superar talleres mecánicos, pollerías, chifas y casas campestres. Y alistarse. Bajar en un paradero que llaman Colca y pasar por dos tenderetes que ofertan fruta, subir por unas empinadas escaleras labradas en roca y encontrarse con una cruz de madera, aprovechar para tomar algo de aliento y después seguir derecho, por la avenida Nueva Jerusalén, hasta que las señales le indiquen que ya está allí.

Es el lugar. Un conglomerado de hombres barbados, mujeres con velo y niños melenudos, todos vestidos con túnicas y mantos de colores. Iglesia Matriz, advierte un cartel. Un portal de cemento sin acabar, rodeado por mesas de madera con víveres y cajas encima. Mototaxis que van y vienen, dejando en la puerta a los feligreses. Ambulantes que llevan flores en las manos, y dos puertas, la derecha para los varones, la izquierda para las varonas.

El templo israelita más importante de Lima.

—¿Usted, hermano, será que llega por revelación? —pregunta con entusiasmo un joven de cabellera abundante, algo entrado en carnes. Viste polo negro y jeans y se presenta como el hermano Alberto.

Revelación. Uno asimila dos cosas cuando escucha hablar a los israelitas del Nuevo Pacto Universal. La primera de ellas, es que todo sucede por revelación. Ese es el motor inmóvil que impulsa a los hombres a vestir de rojo en vez de blanco, o que exige a las mujeres viajar hasta lugares distantes para encontrarse con la persona con la que han de casarse. Iluminación, manifestación, confidencia, descubrimiento, declaración: revelación, cualidad ausente.

—Ya veo —replica Alberto, mientras se rasca los vellos huérfanos que crecen en su mentón—. De todos modos, hermano, sepa esto: ahora me verá sin túnica, pero el único método para reconocer a un israelita es pedirle que recite la ley real. Hay que conocer la palabra de Dios, saberla de memoria. Cualquiera podría pedirle que recite el noveno mandamiento, por ejemplo.

Saca de su mochila un librito azul pintado con un arcoíris en la parte superior, lleva inscrito en rojo las siglas AEMINPU, hay un símbolo: dos tablas pequeñas numeradas del I al X, rodeadas de laurel y coronadas por una estrella de ocho puntas. Un folletito que contiene mandamientos y cantos y que advierte: “Asegurado bajo el amparo de la Ley N° 13714 Registro N° 40 Prohibida su reproducción total o parcial”.

Alberto lee:

—No hablarás contra tu prójimo falso testimonio. Y ninguno de vosotros piense mal en su corazón contra su prójimo, ni améis juramento falso. Fue dicho: “No menospreciarás a tu prójimo. No andarás chismeando en tus pueblos. No te pondrás contra la sangre de tu prójimo: Yo, Jehová”.

Después cierra el librito. Advierte que su interlocutor está tomando nota y que lleva, colgada al hombro, una cámara y una grabadora.

—Ya ve, hermano, a Dios uno no le puede engañar.

La segunda cosa que uno comprende de los israelitas es que desconfían demasiado de los medios. Y no es para menos.

 

III

Año 1995. Oficina de la Dirección Contra el Terrorismo.

—Maestro, deschávese: ¿a cuántos ordenó matar?— preguntó, en tono burlón, el entonces mayor Javier Flores, integrante del grupo Delta 3, al líder Israelita del Nuevo Pacto Universal y dos veces candidato presidencial, Ezequiel Ataucusi Gamonal.

El profeta lo miró serio:

—Señor, yo no he matado a nadie y mucho menos he ordenado matar— respondió indignado.

Aquel día la policía irrumpió en la clínica Maison de Santé, establecimiento en donde estaba internado el líder de 78 años. Uno de sus hijos lo había denunciado públicamente, durante un programa televisado y a causa de eso el septuagenario sufrió un preinfarto. El historial arrojaba una diabetes crónica y una pronta operación a la próstata. Los médicos diagnosticaron taquicardia acelerada y le recetaron reposo absoluto. El fiscal y el escándalo mediático reclamaban interrogarlo. Lo sacaron en camilla, entre cámaras y micrófonos desfilaba, enfermo. Los fieles contemplaban enardecidos, estaba escrito: había comenzado el calvario.

—Yo todo eso he visto yo —atestigua Margarita sentada en un banquito que apoya sobre la arena, al lado del Templo—, siempre he estado acá al pie, siempre. Cuando ya el señor se internó me fui al hospital y estuve con él. Antes de que eso suceda, nosotros trabajábamos con el señor en la parte de atrás, hacíamos así como cadenas humanas y moldeábamos un pozo. Por eso cuando supimos que él murió, un 21 de junio, ahí sí hemos venido toditos. Estuvimos acá en el velorio, donde ahora es el comedor.

Hemos caminado así alabando, alabando, cantando toditos hacia el mausoleo.

IV

Cuenta la leyenda que el Espíritu Santo ungió a Ezequiel Ataucusi Gamonal y lo instó a escribir en su cuadernito el mensaje que Dios le tenía deparado a su pueblo.

Pero antes, mucho antes, el profeta aseguraba haber oído el llamado divino dentro del seno familiar, incluso desde pequeño. En una entrevista con el misionero evangélico Ken Scott, el 14 de julio de 1987, declaraba:

—Estaba caminando delante de la estatua mientras mi madre decía sus oraciones. Porque la interrumpí mientras oraba, me llamó la atención diciendo que no mostraba respeto. “Este es Dios y te va a castigar”, me dijo. Entonces, yo le dije: “Madre, lo que tú me indicas aquí no es Dios, porque Dios tiene vida y este Dios no habla”.

Probablemente, la respuesta de doña Eulalia Gamonal Chacón al pequeño hereje de nueve años no se habría hecho esperar. Tendría que haberlo llevado de la mano, por los senderos empedrados del Anexo de Huarhuas, distrito de Cotahuasi, provincia de La Unión, Departamento de Arequipa. Entrar en la casita de adobe, chapoteada, y presentarlo frente a don Mariano Ataucusi Urquizo para que le aplique el castigo. Aunque no es posible precisarlo.

Lo cierto es que, siete años después, Ezequiel se mudó lejos de casa, a trabajar en las minas de Chuquibamba, en la provincia vecina. Recuerda que durante uno de los descansos, después del almuerzo, se fue a jugar al río y cayó. Empezó a sentir la idea de una terrible muerte, pero no. Cuenta él que un pez de metro y medio lo sacó de la corriente y lo puso a buen recaudo. El pez o IXΘΥΣ, en griego, palabra que además constituye para los cristianos modernos el acrónimo: “Ἰησοῦς Χριστός, Θεοῦ Υἱός, Σωτήρ”, que se traduce al español como “Jesús Cristo, Hijo de Dios, Salvador”.

Hasta ese momento el joven profeta no sabía lo que era la Biblia. Solo había experimentado estas experiencias que él consideraba manifestaciones divinas. Sus padres lo criaron con la usanza de oír misa en la Iglesia Católica Romana. Pero su vida cambió cuando conoció a Manuel Vela, un visitador adventista, que siempre llevaba un paquetito bajo el brazo cada vez que lo iba a ver. Ezequiel le pidió que le mostrara qué era lo que guardaba. Manuel desató el empaque y descubrió ante él una Biblia. Ese fue el momento en que el profeta descubrió, según Jeremías Ortiz, expresidente de la asociación israelita, que la senda del hombre ya estaba trazada:

—Ezequiel abrió la Biblia una vez y vio que su forma de vida estaba condenada. Otra vez abrió la Biblia y vio que la humanidad estaba condenada. La tercera vez que la abrió, vio que Dios declaraba que, aunque sus pecados eran como la arena de la playa, a causa de su nombre, Dios decía: “Yo te perdonaré y te limpiaré de tus pecados”. Por esto Ezequiel se quebrantó y lloró.

V

“En el pueblo de Picoy, distrito de Acobamba, provincia de Tarma, departamento de Junín, en el mes de abril de 1955, donde se realizó el acontecimiento del refrigerio de la presencia del Señor: Hechos 3:19, recayéndose sobre mí la lluvia temprana y la tardía: Deuteronomio 11:14 y habiendo realizado la revelación de Jesucristo el Señor nuestro en mí; digo la verdad y no miento: Mateo 11:27, habiendo entendido el significado de este Misterio Divino, después por la guía del Espíritu Santo, fui conducido al lugar denominado Palomar Sanchirio (Chanchamayo), en el año 1956, allí donde me tuvo instruyéndome de día y de noche sin cesar: Isaías 28:26, donde se realizó que por la primera vez fui arrebatado en espíritu hasta el tercer cielo: Segunda Corintios 12:3, donde conocí al Padre Celestial, y al Hijo y al Espíritu Santo; quien habló conmigo y díjome: ‘¿Ezequiel, ya llegaste?’. Entonces dije: ‘Ya llegué, Señor’. Y díjome por segunda vez: ‘Solamente te esperábamos a ti para comenzar la obra’. Y luego levantóse el Padre Celestial dirigiéndose hacia una pizarra, y escribió los DIEZ MANDAMIENTOS, LAS DIEZ

PALABRAS DEL PACTO: Deuteronomio 4:13. Díjome por tercera vez: ‘Escribe en la cartulina el traslado de los Diez Mandamientos y La Ley conforme está escrito en la pizarra: Apocalipsis 22:18’. Contestando, dije: ‘Escribiré, Señor’. Luego tomé la cartulina, un lapicero y escribí los DIEZ MANDAMIENTOS, LAS DIEZ PALABRAS DE LA ALIANZA, LAS PALABRAS DEL PACTO, conforme estaba escrito en la pizarra. En el momento en que terminé de escribir, díjome, el que habla conmigo:‘Traedme’. Luego presenté al Espíritu Santo y él aprobó y dijo que era bueno. Y después me ordenó diciendo: ‘Id y Doctrinad: Mateo 28:19. Y predicad el Evangelio de Arrepentimiento: Marcos 16:15’. Y díjome: ‘Donde fueres dirás: esta es La Ley, que viendo no habéis visto, oyendo no habéis entendido de corazón: Mateo 13:14’”.

VI

El 11 de abril de 1968, en el diario limeño Última Hora, apareció un artículo con el título “Profeta avivato vendió hasta los cerros en selva” (Avivato: dícese de la persona que saca ventajas de toda situación, sin escrúpulos ni miramiento éticos. Palabra inventada por el humorista argentino Lino Palacio, a fines de la década de 1940). Esta noticia es la primera mención en prensa, conocida, de Ezequiel Ataucusi Gamonal.

Informe que denuncia una presunta artimaña para estafar a familias de clase humilde y venderles tierras en Chanchamayo.

También hay otras leyendas sobre el líder de los israelitas, aún menos benditas: Que era responsable de la muerte de una monja del Opus Dei, a la que nunca se le encontró el cuerpo. Que tenía vínculos con el grupo terrorista Sendero Luminoso y que había dado refugio a Abimael Guzmán. Que era narcotraficante y que administraba en la selva pistas de aterrizaje y pozos de maceración de droga. Que había violado a Natividad Uchuri Martínez, exmiembro de la congregación, cuando tenía apenas catorce años. Que había planificado secuestrar a los hijos del entonces presidente Alberto Fujimori y asesinar a la congresista Martha Chávez.

Todas estas acusaciones terminaron siendo falsas.

VII

Dicen que el fin del mundo está cerca, y el arca de Ezequiel yace perdida.

La construyó en la selva, de apenas unos doce metros de largo por tres de ancho. Ya le había sido revelada la fecha: el primer año del segundo milenio después de Cristo, pero había algo que no entendía. Si los que no creyeron en Noé perecieron en el diluvio y los seguidores de Lot murieron abrasados por una lluvia de fuego y azufre en Sodoma, entonces, necesariamente, el último cataclismo debía ser de una naturaleza diferente, por lo tanto, el arca sería inútil. La desechó.

Entendió que el final llegaría a través de las sequías y las plagas: el hombre tendrá que perecer por hambre. Mientras tanto, hay que aplacar la ira de Dios en el holocausto: una pira alimentada por leña que incinera el cuerpo de un cordero enjuagado en aceite de oliva, para lograr un olor fragante, agradable a Dios. También, en el altar, se quema harina, sal, palo santo e incienso. Mientras todos alaban, cantan, gimen entre aspavientos y gestos suplicantes, bajo las melodías de Nuevo Amanecer, el grupo musical preferido entre los israelitas desde hace diez años:

Entonces dirán entre las gentes.

Grandes cosas ha hecho Jehová con estos

Grandes cosas ha hecho

Jehová con nosotros;

Estaremos alegres.

Holocausto, shoah en hebreo. Proviene de la traducción griega de holokaustos (ὁλόκαυστος), que quiere decir “completamente quemado”. Una ofrenda consumida en fuego. Incluso, algunos israelitas afirman que tanto Ollanta Humala como Alejandro Toledo llegaron a la Iglesia Matriz de Cieneguilla para ofrecer un torete en holocausto y pedir por que se cumplan sus aspiraciones.

Cierto o no, el hecho es que tiempo después sus peticiones se cumplieron.

 

VIII

Un casete lleva escritas las palabras: “Estudio Bíblico de Israel”. En la cinta, la voz del fundador

Ezequiel Ataucusi Gamonal recuerda lo que los periodistas le preguntaron sobre el sucesor.

—Hermanos —inquieta a sus seguidores—, ¿allí qué dice, habrá sucesor?

—No— responden ellos con enérgica voz.

Ezequiel ríe.

—Está difícil eso— responde después a los periodistas.

Difícil, pero tal vez no imposible.

IX

Hoy es domingo, 22 de enero, cumpleaños del Misionero General del Pueblo Israelita del Nuevo

Pacto Universal, Ezequiel Jonás Ataucusi Molina.

Hay fuegos artificiales ensamblados como pequeños castillos. Hay una mesa repleta de alimentos.

Hay pancartas, que claman con orgullo: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. “¡Bendito!”, gritan los que la cargan. Hay un escenario, luces en lo alto y músicos tocando. El rasgueo de las guitarras retumba en dos parlantes grandes, a los lados. Un hermanito, mirada exacerbada, túnica blanca, manto rojo, y de barba y cabellera similares a las de Cristo, lleva una antorcha. Atrás de él, los niños que llevan palitos atados a latas de leche, la candela dentro de ellos. Un globo aerostático de papel alza vuelo y se aleja de la muchedumbre.“Feliz día, maestro Ezequiel”, dice una de las caras. “Maestro, justo príncipe de la paz”, dice la otra.

Los pirotécnicos explotan. Los fieles sacan los celulares: toman fotos.

—Más fuerte, hermanos, cantemos más fuerte por el maestro Ezequiel Jonás— reta el maestro de ceremonias.

“Y Ezequiel Jonás lo ve todo”, dice el fiel. Lo ve todo a través de las ventanas de su casa, la Casa

Real. Las vidrieras cerradas, las cortinas tupidas. Las luces apagadas. Los creyentes hacen reverencias ante las rejas de la casa, se inclinan una, dos, hasta tres veces. Besan el concreto, se marchan.

El ausente está presente, en las estampitas y en los carteles. Nunca salió, nunca habló, no dio las gracias.

 

X

Silencio.

Cuenta un hermano israelita que alguien llamado Renán define la vida como “un breve momento ruidoso entre dos grandes silencios”. El silencio envuelve a Ataucusi en las alturas, entre las montañas que están más allá del caserío y del templo. El lugar elegido por el pueblo para enterrar al elegido por el pueblo: el mausoleo.

Al pie de plantas de olivo, que florecen gracias a un complejo sistema de riego, surgen unas escalinatas grandes. Hay flores, palmeras, cactus y un pequeño almacén, debajo de las graderías. Al final de las gradas, un portal azul, dentro: el cuerpo del profeta cuyo funeral costó más o menos unos doscientos mil dólares.

Silencio.

Dos Renan aparecen en Wikipedia. El primero es un jugador brasileño de fútbol y el segundo es Joseph Ernest Renan, filólogo conocido como “El Blasfemo Europeo”.

Ezequiel dijo que resucitaría al tercer día. Al cuarto día, lo enterraron.

Renan, el otro, dijo que la estupidez humana es la única cosa que nos da una idea del infinito.

Amén.

Un comentario en “El hombre que eligió ser dios (y el pueblo que eligió creer en él)”

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