La holandesa que convirtió a su gata en bolso

Katinka Simonse es Tinkebell, una artista que ha recibido más de 100 mil correos electrónicos insultándola por hacer arte con animales muertos. Pasó por el Perú para pintar un corazón rosado en el cerro más famoso de Lima, el San Cristóbal. 

Por Renato Espinoza

No lloró el día en que murió su gata. Sabía que ocurriría (y hasta podría decirse que lo esperaba).

Se llamaba Pinkeltje, como el gnomo barbudo de las populares tiras cómicas de Dick Laan. “Estaba un poco loca, había algo malo en la gata”, recuerda Katinka. El veterinario: “Tiene problemas mentales: sufre depresión constante”. La gata solía tirarse de cabeza contra la pared y mearse en todas partes. El veterinario: “No se va a recuperar. Solo queda dormirla”. Ella no lo dejó tocarla.

El día en que murió su gata, Katinka Simonse tenía veintitrés años y estudiaba en el Instituto Sandberg de Ámsterdam. “Me apenaban las condiciones que los granjeros les imponen a las vacas. Porque son anónimas terminan su vida como casacas o billeteras… ¿Qué pasaría si nuestras mascotas acaban igual que esas vacas?”, se preguntó. A partir de ese momento, las hamburguesas comenzaron a darle nauseas y se hizo vegetariana.

Luego, cuando murió su gata, Katinka prefirió no enterrarla. Durante un mes entero practicó con el carnicero que trabaja cerca de su casa. Desollaba conejos muertos. Aprendió a hacer cortes precisos, a diseccionar y a separar la piel del cuerpo. Un buen día, el matarife le dijo: “Cuando hagas esto con tu gata puedes regresar y trabajar para mí”. Katinka no regresó.

Sí, el día en que murió su gata, llevó su pellejo aún terso y envuelto como un paquete al taxidermista. Era necesario limpiarlo, salarlo y curtirlo. Y, en caso fuese necesario, engrasarlo.

Esa tarde, hace siete años, el día en que murió su gata, cosía a máquina. Unía los tejidos de la piel parda. Daba puntadas, despuntaba, armaba cadenetas. Su padre también ayudaba: ponía cremalleras, pegaba adornos, colocaba botones o cambiaba agujas. Un trabajo arduo y meticuloso que, sumado al pellejo conservado por el taxidermista, dejaba entrever —poco a poco— lo que sería un bolso: “Maté a mi gata porque ella estaba deprimida y porque odiaba quedarse sola en casa —contó Tinkebell a la revista Vice Holanda—. Al convertirla en una cartera puedo llevarla conmigo a todos lados”.

Aquel día cogió a su gata y le torció el cuello con delicadeza.

Hector Rene Maldonado

Debería coger a la madre que la parió y hacerse una cartera HDP. Permita Dios que tengas la peor muerte que te puedas imaginar.

18 DE OCTUBRE DE 2011, 16:57.

Muy temprano, un miércoles de setiembre de 2011, Katinka Simonse está de pie en medio de la Plaza de Armas. Sonríe. Lleva un grueso abrigo rosado, una larga falda rosada y unos pequeños tacos rosados. Parece de veinte años, pero ya excede los treinta. La cara, empolvada detrás de unas gafas de sol ovaladas. En la mano, una bolsa abultada, también rosada, llena de baratijas. Dentro de esta una pequeña cámara fotográfica guarda instantáneas del San Cristóbal, el famoso cerro del barrio de Rímac.

Un puñado de casas variopintas desperdigadas a lo largo de la colina. Esa imagen le dio nombre al proyecto: Salvemos el Rímac. Estaba emocionada, quería comenzar cuanto antes. Pero cavilaba, necesitaba información.

—Katinka me preguntó si es que podría ir al Rímac —recuerda Christian, su hospedero—. Le dije que por supuesto que no, que era muy peligroso. Pero ella no se amedrentó. Me dijo que no le importaba si la gente andaba con sables o pistolas cargadas. Y que su proyecto trataba justamente de eso, de ayudar en el primer lugar donde notara que hace falta. Es lo que le gustaría recibir, si ella viviese allí.

Christian le comentó que había alguien que podía ayudarla:

—Una amiga de un primo mío que trabaja en producciones.

—¿Y puede venir mañana?

Meri French French

¿Qué? ¿Va a hacer bolsos con los peruanos o qué?

20 DE OCTUBRE DE 2011, 12:37

Ámsterdam. En la galería Torch, en medio de una sala repleta de animales disecados, y con el cabello castaño recogido con un lazo, Tinkebell declara:

—En abril del 2003, mientras buscaba “taxidermia” en e-Bay, encontré algo inusual: la cabeza de una ardilla era subastada a veinte dólares por alguien que se hacía llamar Amy Taxidermy. Revisé el perfil público del vendedor: se trataba de una chica de trece años que vivía en algún lugar recóndito de los Estados Unidos, en medio de la nada. En su blog, la chica escribía sobre su búsqueda de animales atropellados. Leí que había aprendido taxidermia como autodidacta y que sus ardillas tenían mucha demanda, pero no encontraba suficientes. Entonces, para su cumpleaños, ella pidió un rifle a sus padres… y ellos se lo compraron.

Amy Ritchie-Carter es una cazadora profesional. Tiene el rostro amplio, la piel ligeramente bronceada y unos grandes ojos verdes que transmiten una inusitada serenidad. Oriunda de Statesville North

Carolina, es reconocida en su país por ser la campeona nacional en taxidermia. Toca prodigiosamente el piano, preferiblemente a John Tesh, y en la primera cita que tuvo con su novio, hoy su esposo Robby, fue a una exposición de armas.

En la sala de animales disecados, Tinkebell sigue explicando:

—Ella empezó a cazar sus propias ardillas. Después lo hizo con animales más grandes: alces, búfalos, etc. Seguí su blog por diez años, y uno nota cómo crece y cómo comienza a coleccionar más armas.

Una cosa muy fascinante, cómo una niña vive esta situación como una cosa normal. Desollaba las ardillas y separaba la carne, para comérsela. Una vez la frió para el almuerzo y le invitó a su padre, él solo probó un bocado. Era una carne oscura, sabía como a pollo.

De pronto, la interrumpe alguien que no aparece en la escena. Su largo enterizo púrpura deja entrever unos tacos blancos, lustrosos. Sus pestañeos prolongados hacen que resalten las sombras rosadas de sus párpados. Sus labios rojizos se tensan, continúa:

—Una vez le escribí un mail, pero nunca me contestó. Me sentí como… está bien. Y por diez años compré lo que pude de ella. Lo último que escribió, hace un año, fue que había quedado embarazada y que tuvo un bebé, algo así: “Lily tiene seis meses: estoy muy orgullosa, la amo hasta la muerte”. Lo que ves aquí es mi colección de sus animales, pero también la colección de fragmentos de su blog. Todas estas cosas fueron mi inspiración. Esta chica, Amy, es mi musa.

Elizabeth Cubas A

¡Qué asco! ¿Eso es ser artista? Nunca he visto algo más desagradable e indignante. Como siempre, los animales están al final… YA BASTA… ¡Perú siempre deja pasar la mierda! y ahora la dejan que entre y que haga su cagada. ¡Esto es el colmo!

13 DE OCTUBRE DE 2011, 12:23

—Lo primero que hizo fue ofrecerme un té — cuenta Mirella Moschella, acomodándose unos lentes estilo bibliotecaria que lleva sobre la nariz—, luego me enseñó, en su laptop rosada, la foto del Rímac con el corazón encima y lo que me dijo, básicamente, fue: “Esto es lo que quiero hacer. ¿Puedes producirlo?”

Ambas trabajaron juntas casi todo el día durante tres semanas. Llamaron por teléfono, tocaron puertas, dejaron recados. Así obtuvieron el apoyo de voluntarios, de organizaciones sin fines de lucro y de los vecinos del barrio de Leticia.

—Rímac es precioso —escribe Tinkebell—. ¡Creo que es la parte más bonita de Lima y las vistas de la ciudad desde aquí son increíbles! Sería maravilloso que más gente viviera esto

Carmen Pinto

A esta mujer la quiero de alfombra para la entrada de mi casa… con qué gusto me limpiaría mis zapatos en su asqueroso pellejo… puajjjj

11 DE OCTUBRE DE 2011, 2:48

Sam se mueve, encoge el cuello como un acordeón. Sam es un perro, un beagle pequeño con las cavidades oculares vaciadas. Sam no ladra, pero emite sonidos: los de una cajita musical. Sam está colgado en una de las paredes de la galería Torch, en Holanda. Sam está muerto y los chiquillos aún juegan con él.

—Tratamos a nuestras mascotas como juguetes —reflexiona Tinkebell, mientras toma una taza de té en una de las mesas del Restaurante César, en el jirón Ancash, a más de diez mil kilómetros de Ámsterdam.

Explica, a pesar del olor a lejía que emana del piso, que existe una suerte de “industria de mascotas”.

Empresas químicas que han creado razas especiales de perros, caninos genéticamente modificados que viven solo por cinco años y que no son capaces de reproducirse. Habla también de gatos especiales para los alérgicos, de los cortes de pelo para los perros, de las ranas fosforescentes y de los sapos transparentes. Afirma que es una cosa horrible y que la gente paga mucho dinero por ellos. Y que la gente solo busca tener la mascota perfecta, que ya no se respeta la naturaleza.

—Lo único que hice yo fue producir juguetes reales, usando mascotas reales —justifica Katinka, mientras apoya ligeramente las manos sobre la mesa desequilibrada.

Muñecos como Brutus, un sabueso de patas flácidas y con lengua de terciopelo que las chicas abrazan. O Fifi, un lindo chihuahua que se sostiene en cuatro rueditas verdes brillantes. O Popple, un gato muerto que, tras abrir un cierre y meterlo adentro, se transforma en un perro muerto. También hay hámsteres, igualmente muertos, adheridos al techo de carritos eléctricos y que son animados a distancia gracias a un control remoto.

—En todos mis proyectos utilizo animales que han sido atropellados o les compro a los taxidermistas las pieles de mascotas que mueren de forma natural. Aun así, si hubiese matado a todos estos animales, no llegaría ni al uno por ciento de los que la industria mata al año. No es nada. Todos los animales mueren un día, no hay necesidad de matarlos.

Max Siegel

¿Se han detenido a leer o escuchar sus entrevistas? Yo no aplaudo lo que hace, la manera de hacerlo me parece desquiciada, PERO, ella está haciendo un llamado de atención a esa sociedad hipócrita donde un animal vale más que otro…

10 DE OCTUBRE DE 2011, 12:58

El incidente de su gata la hizo famosa en Holanda: fue invitada a participar en un mercado de eco-diseño en la plataforma 21 de Ámsterdam. Solo tenía que vender algo orgánico. Entonces recordó que en Holanda mueren 31 millones de pollos machos al día a las pocas horas de nacer. Que para la industria estos pollos machos son inútiles, muy caros para criar y muy lentos para engordar. Tardan seis meses para ostentar un tamaño razonable, mientras que las pollitas solo tardan cinco semanas.

—Visité a un criador de pollos —cuenta Tinkebell, mientras apoya el índice sobre su mentón, dejando al descubierto sus uñas cuidadosamente recortadas—. Él me contó que mataba unos 660 pollos machos a la semana. Le pedí que me separe unos sesenta, me los trajo y los lleve a casa.

Preparó cajas con información sobre cómo criar un pollo. Quería que las personas los salvaran. Estaba al tanto de las leyes de Ámsterdam —que prohíben tenerlos como mascotas porque resultan ruidosos y molestos para la convivencia social—, pero confiaba en el buen corazón de las personas.

Nadie los quiso en el mercado

Únicamente pudo vender cinco, ella adoptó uno: faltaban 54. No sabía qué hacer con ellos. Si los devolvía a la fábrica era seguro que los someterían a la cámara de gas, un proceso limpio y rápido pero doloroso para matarlos (como las de Auschwitz). Llamó a la Organización por los Derechos de los Animales para preguntarles: ¿qué era más humano, que mueran en una cámara de gas o que mueran —al viejo estilo— en una trituradora de madera?

La entidad respondió que la trituradora era más humano para los pollos, pero que era un proceso tan engorroso, por la sangre, que los criadores se rehusaban a practicarla. Entonces, ella se consiguió una trituradora y se empecinó en usarla cuando acabara la feria. Hubo marchas y demandas. Se robaron la trituradora de su puesto. Ella se quejó:

—¡Devuélvanme mi trituradora o compren los pollos!

Entonces, llegó la directora de Plataforma 21. Le dio unos cuantos billetes y se llevó a los pollos. Katinka, emocionada, echo a andar su bicicleta y se fue al bar más cercano a celebrar. Pero esa noche recibió una llamada:

—Señorita Simonse, necesitamos que venga a la estación policial —gruñía la voz de un oficial.

—Pero estoy muy lejos y solo tengo mi bicicleta. ¿Cree que pueda pasar mañana?

No se podía. La interceptaron en la calle y la llevaron a la estación. Tenía que pasar la noche en la cárcel.

Esto fue lo que sucedió: la señora que se llevó los pollos le dijo que se iba a hacer cargo, pero lo que hizo en realidad fue llevarlos a la estación de policía. En vista de su desconocimiento, la policía resolvió que lo mejor era llamar a la ambulancia animal para que se lleve a los pollos. Pero como los pollos no estaban registrados en su base de datos, la ambulancia animal no supo qué hacer con ellos. Entonces recomendó llamar a la Organización por los Derechos de las Aves. Esta organización tampoco los quería, pero dijo que ellos podían hacerse cargo y eliminarlos. La policía se los entregó, pero los medios ya estaban detrás de la historia y, bueno, cuando los medios están tras algo uno no puede matar animales libremente. Así sean pollos.

—Esta es la imposibilidad que ella quería demostrar: después de tres semanas, cuando los medios ya no estaban, los pollos morían en una cámara de gas.

Melissa Novoa Benavides

Juro que iré a Holanda y tiraré una bomba atómica, porque tienen la culpa. ¡Cómo se les ocurre dejarla hacer eso! ¡Imbéciles, bastardos, dementes! ¡Cómo no tienen leyes contra el maltrato animal! ¡Jodidos de la cabeza! ¡Tortúrenla y hagan que muera de dolor!

01 DE SEPTIEMBRE DE 2011, 18:09

Considerando lo anterior, tocará al peruano de a pie reflexionar sobre esta ontológica disyuntiva: ¿tiene alma el pollo a la brasa?

Katinka ríe mientras se empina en una de las barandas del Parque de la Muralla, y no tendrá reparo en hacérnoslo notar.

—Ustedes deberían leer de donde viene el pollo. Las personas no deberían comer tanto pollo. Hay cartones rosas, con forma de corazones, pegados en las columnas de madera del recinto. Probablemente aquí, el día anterior, se ha celebrado un matrimonio masivo. Decenas de parejas se habrán dado el sí mirando el corazón que Katinka ha perfilado con las casas del cerro San Cristóbal. Imagen que hoy es esquiva por la neblina.

¿Por qué esta chica optó por pagarse un pasaje a Lima y gastar unos 6 mil euros en su visita?

En mayo del 2008 viajó a Beijing, China, y ayudó a un vendedor de mascotas del mercado. Un hombre viejo de edad confusa con pequeños animales enjaulados. Le horneó un queque, le compró una camisa y un sombrero, le regaló una afeitada, un corte de pelo y un banquete en su restaurante favorito. Nunca le habló ni supo su nombre ni donde vivía. Entregaba el regalo, tomaba la foto, sonreía y huía.

Luego, en febrero del 2010, llegó a la República de Guinea-Bissau, al oeste de África para ayudar a una joven pareja, Ana y Tinko. Les compró muebles y les remodeló la casa. En marzo de ese mismo año salvó a un perro callejero del maltrato en Gambia. Lo llevó a un asilo para animales en Ámsterdam. Y, un  mes después, en Shangai, rescató unas 69 tortugas de las puertas del horno de un restaurante

—En dos semanas regreso a Holanda y en dos meses voy a otro país, así es este proyecto que es financiado por la Fundación por las Artes de Ámsterdam —comenta Katinka, mientras sonríe para la cámara—. El final será en el 2012, habrá una exhibición y se presentará un libro que se titula Salvemos el Mundo.

Pero, ¿qué le diría ella a los peruanos sobre su trabajo?

—Les diría que hay mucha información equivocada en Internet. Siempre es lindo creerse historias desagradables sobre los demás porque hace que te sientas mejor contigo mismo.

Russell escribió: “Cometer actos de crueldad en buena conciencia es un placer para los moralistas, por eso inventaron el infierno”. Pero el trabajo de Katinka no busca la buena conciencia, tampoco presume de religiosidad ni de moralista:

—Mi trabajo no tiene la intención de hacerte sentir bien —escribirá días después Simonse, desde Holanda—. Mi trabajo tiene la intención de hacerte repensar tus normas :).

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